De un tiempo a esta parte se ha puesto de moda la implantación de calderas de biomasa como productoras de bioenergía. Así hemos visto su aplicación para obtener electricidad para iluminación y climatización en diversas fábricas, invernaderos y las más variadas empresas.
Hace pocos años, si preparabas compost encontrabas muchos y variados residuos, como cascarilla de arroz, virutas de madera, vinazas, alperujo...., que el productor no quería y te daba gratis o vendía a bajo precio. Pero hace tres o cuatro años esos biorresiduos han desaparecido, son quemados para producir energía, produciéndose además un aumento considerable de su precio.
Para las calderas de biomasa suelen emplearse pellets granulados producidos a base de restos de madera y restos agrícolas, forestales y de poda.
En esta situación la Agencia Europea de Medio Ambiente alerta del problema y recomienda frenar la demanda de biomasa hasta que su obtención sea más eficiente y menos dañina para el medio natural, es decir, más sostenible.
Y es que una cosa es aprovechar la materia orgánica procedente de otras actividades como materias primas secundarias que vuelven a tener un uso, en este caso la producción de energía; y otra, las grandes extensiones de cultivos imprescindibles para producir este tipo de energía con su correspondiente impacto ambiental.
La energía de la biomasa representa el 7,5% de la energía consumida en la UE, teniendo previsto que aumente a un 10% en el año 2020. España, país agrícola por excelencia, puede ser pionero en la generación de este tipo de energía, tanto para producir electricidad como para producir biocombustibles.
La eficiencia para producir electricidad es del 30-35%, y para calefacción del 85%. Pero baja considerablemente en la producción de biocarburantes.
Además hay que estudiar los cultivos dedicados a la obtención de bioenergía, especialmente los explotados únicamente con este fin. Y llegar a una situación equilibrada, porque tampoco hay que olvidar que si bien estamos frente a una energía renovable, su generación también produce CO2, y las grandes extensiones de terreno dedicadas a cultivos energéticos no compensan las pérdidas de bosques y de cosechas en la medida del CO2 que era absorbido por ellos.
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